El pasado cultural de Lucena nos es aún imperfectamente conocido. Décadas de desidia y olvido inmotivado han hecho que personalidades relevantes en el ámbito nacional, nacidos en esta ciudad, sean poco más que un nombre para la mayoría de nuestros conciudadanos. Claro que existen también personas e instituciones preocupadas que poco a poco van sacando a la luz datos y textos que ayudan a configurar mejor lo que ha sido este pueblo en los siglos pasados. La memoria histórica de lo que ha ocurrido es un elemento muy valioso para la educación, para el conocimiento de las raíces de nuestro presente, para que el ciudadano pueda sentirse justamente orgulloso de un pasado que de alguna manera sigue gravitando sobre la situación de ahora. El mundo actual no surge de improviso, sino que tiene unas firmes columnas que se hunden en la labor que han ido realizando nuestros antecesores, no sólo en el terreno práctico, sino también en la configuración mental de lo que somos, en la idiosincrasia, en la ideología.
Uno más de los lucentinos olvidados es Francisco de Paula Canalejas Casas (1834-1883), del que editamos hace algún tiempo un discurso sobre los autos sacramentales de Calderón (1) , un importante personaje decimonónico por el que el nombre de Lucena se incluye a veces en algunas historias de la filosofía y de los estudios literarios del siglo XIX. Recordamos en esta ocasión algunos datos de su trayectoria vital e intelectual para llamar luego la atención sobre un discurso académico en torno a la poesía religiosa, un tema que fue objeto reiterado de preocupación y estudio por parte de este académico lucentino.
Uno más de los lucentinos olvidados es Francisco de Paula Canalejas Casas (1834-1883), del que editamos hace algún tiempo un discurso sobre los autos sacramentales de Calderón (1) , un importante personaje decimonónico por el que el nombre de Lucena se incluye a veces en algunas historias de la filosofía y de los estudios literarios del siglo XIX. Recordamos en esta ocasión algunos datos de su trayectoria vital e intelectual para llamar luego la atención sobre un discurso académico en torno a la poesía religiosa, un tema que fue objeto reiterado de preocupación y estudio por parte de este académico lucentino.
Datos biográficos
Nacido en Lucena (2) , en la mañana del 2 de abril de 1834, fecha en que también fue bautizado con los nombres de Francisco de Paula, Joaquín y José, su familia vivía en el número 3 de la actual calle Canalejas (entonces calle de Rojas) (3) . Su padre, don José María Canalejas, era natural de Madrid y estaba dedicado a la carrera militar; cuando nace Francisco de Paula tenía la graduación de subteniente de infantería, en tanto que la madre, doña Ana María Casas, era oriunda de Puigcerdá e hija de militar.
Su trayectoria biográfica (4) e intelectual ofrece numerosos datos. Cursa estudios de segunda enseñanza en el Instituto San Isidro, de Madrid, y luego pasa a completar su formación en la Universidad Central madrileña. Muy joven, se dice que con unos quince años (por lo tanto, hacia 1850), compone una novela histórica en colaboración con su buen amigo Emilio Castelar, titulada Don Alfonso El Sabio. En 1856 obtiene la licenciatura en Filosofía y Letras y en 1857 la de Jurisprudencia. Entre sus maestros de la universidad figura D. Isaac Núñez de Arenas, al que luego sustituiría en el sillón de la Real Academia Española y al que dedica entonces un recuerdo emocionado.
A partir de la finalización de sus estudios su carrera docente es muy brillante y aparece compaginada con sus actividades académicas y ateneístas. En 1857 es nombrado Catedrático auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras y en 1858 obtiene el grado de doctor. El 13 de marzo de 1860 gana la cátedra de Literatura General en la Universidad de Valladolid, puesto que ocupa hasta que, en 1867, obtiene la misma cátedra en la Universidad Central de Madrid. En 1874, permuta cátedra por la de Historia de la Filosofía, de ahí que sus estudios y sus principales obras estén marcadas por estas dos materias, la literatura general o la crítica literaria y la filosofía en sus tendencias hegeliana y krausista. Desde años atrás lleva una destacada actividad publica por medio de conferencias y publicaciones, que fueron apareciendo en El eco universitario (1851), La Razón (1860-1861), la Revista General de Legislación y Jurisprudencia y el semanario Revista Ibérica de Ciencias, Política, Literatura, Arte e Instrucción (1861-1863); esta última se fundó en 1861, Canalejas fue socio fundador y director de la misma y en ella escribió don Julián Sanz del Río, el introductor del krausismo en España (5) .
Un hito relevante es su nombramiento como Académico Numerario de la Real Academia Española, que tuvo lugar el día 10 de junio de 1869, cubriendo la vacante de uno de sus maestros, como hemos indicado. Su discurso de ingreso, pronunciado el 28 de noviembre de 1869, versó sobre “las leyes que presiden la lenta y constante sucesión de los idiomas en la historia indoeuropea”, y que puede resumirse en el siguiente aserto: “una sola gramática y un solo léxico existe y ha existido, crece y se desarrolla en la historia de las razas indoeuropeas o jaféticas hasta la Edad Moderna, y la sucesión de las diversas lenguas habladas y escritas por los pueblos pertenecientes a esta raza, atestigua el progresivo desarrollo de las facultades del hombre y su creciente aptitud para decir la verdad y expresar la belleza”. A esta documentada lección magistral de lingüística comparada, en la que parece estar al tanto de los estudios realizados sobre esta materia en Alemania, Inglaterra y Francia, responde don Juan Valera.
Otros temas tratados por el escritor en estas fechas son una conferencia sobre “La educación literaria de la mujer”, que tuvo lugar en el Ateneo, el 7 de marzo de 1869, y un “Discurso sobre Cervantes”, en la velada celebrada por la Academia Española el día 23 de abril del mismo año. La primera se inserta en un ciclo de conferencias dominicales sobre la educación de la mujer, impartidas en la Universidad de Madrid y en ella dice: “prometeos a vosotras mismas, ante vuestra conciencia, no leer ni escuchar lo que no sea bello, y por lo tanto puro, noble, ideal. Como el artista y la sociedad se influyen mutua y recíprocamente, influiréis en la inspiración del arte” (6) . Entre las obras que recomienda como lecturas adecuadas para la mujer, están los poemas “A la Ascensión” y “Noche serena”, de fray Luis de León, la “Epístola moral a Fabio”, de Andrés Fernández de Andrada, todos ellos de índole religioso y moral, y las obras dramáticas La vida es sueño, de Calderón, Ganar amigos, de Juan Ruiz de Alarcón, e Isabel de Segura, “cantada por el ilustre decano de nuestra poesía dramática contemporánea” (7) , en lo que quizás haya que entender una referencia a Los amantes de Teruel (1837), protagonizada, como se sabe, por Diego Marsilla e Isabel Segura.
Entre sus estudios más extensos y más interesantes, desde la perspectiva actual, se encuentra el ensayo titulado Los poemas caballerescos y los libros de caballerías, aparecido hacia 1870. Partiendo del conocido catálogo de Gayangos (8) , Canalejas habla de los orígenes de los libros de caballerías, del poema bizantino de Dígenes, del ciclo del Santo Greal [sic], entre otros muchos temas, y dedica especial atención al Amadís de Gaula (capítulos XII al XV) (9) . Por otra parte, encuentra un sentido espiritual muy elevado en estas narraciones y llega a parangonarlas con escritos específicos de ascética y de mística en un pensamiento marcado por el idealismo: “Si recordamos y concordamos con verdadero espíritu crítico el Amadís de Gaula y aquellos otros libros de caballerías que escribieron poco después el maestro Juan de Ávila o fray Luis de Granada, el Amadís y el Audi filia, dirigido a doña Sancha Carrillo, unos y otros se nos aparecerán como dos itinerarios hacia lo divino; unos y otros cautivarán nuestro espíritu como las dos brillantes fases de la utopía admirable que fermentaba en el alma del siglo XVI. A veces los acentos del novelista caballeresco se confunden con los del místico o del dominico, y unos y otros coinciden en mirar con honda tristeza el horror del mundo y esperar la salvación por la purificación de las almas” (10) .
También estudia la poesía lírica de su momento, así como el drama y la poesía religiosa, aunque sus apreciaciones críticas no coinciden con lo que posteriormente se ha canonizado. Así, sus ideas acerca de Gustavo Adolfo Bécquer no son admisibles desde una perspectiva actual, en tanto que se inclina más por otros poetas, como Núñez de Arce. Claro que hay que tener en cuenta que cada época lee los poetas desde una perspectiva específica y que los parámetros no son siempre coincidentes
Con la publicación de éstos y otros muchos estudios de variada temática Canalejas va ocupando por derecho propio un lugar en el terreno de la crítica literaria, estética y filosófica. Hacia 1870 suele ser considerado un destacado krausista (11) ; forma parte de los krausistas de la primera generación, de los discípulos directos y predilectos de don Julián Sanz del Río, del que había oído lecciones en su etapa universitaria, junto con Fernando de Castro, Tapia, Salmerón, o los hermanos Giner de los Ríos. Canalejas militó largos años en las filas krausistas, mostrando una gran devoción por la figura de Sanz del Río, al que consideraba desde el punto de vista filosófico el representante más genuino de aquella escuela filosófica, por encima de Tiberghien o de Ahrens; su inserción más profunda en esta escuela de pensamiento tuvo lugar entre 1860 y 1868, a partir de entonces fue evolucionando hacia una actitud mística muy influida por Schleiermacher, que le llevó a interesarse por el pensamiento de Raimundo Lulio, al que dedicó un estudio (12) .
Algún tiempo después, en 1873, afiliado al partido progresista, lo encontramos formando parte de las cortes de la Primera República, hecho que tiene un eco en la novelística de Pérez Galdós. Y es por entonces, cuando se niega a aceptar una cartera de ministro en el gobierno de don Emilio Castelar, según trasmiten los esbozos biográficos de las enciclopedias. También presidió durante algún tiempo la sección de Literatura del Ateneo de Madrid.
Se dice que hacia 1879 contrajo una grave dolencia crónica, de índole mental, que desembocaría en la pérdida de la razón. El último acto académico al que asistió, ya muy debilitado por la enfermedad, fue la recepción de su íntimo amigo Castelar en la Academia, a cuyo discurso de entrada contestó Canalejas; la contestación académica a Castelar versó sobre la universalidad del arte.
Su fallecimiento tuvo lugar en Madrid, el día 4 de mayo de 1883, cuando aún no había cumplido los cincuenta años.
De la poesía religiosa
Como ejemplo de la prosa crítica de Canalejas, copiamos a continuación un fragmento de su Discurso de la poesía religiosa, pronunciado en el Ateneo de Madrid en la noche del 19 de junio de 1877, según indica el impreso que nos ha transmitido el texto. De acuerdo con su fecha, este discurso es una de las últimas aportaciones del escritor lucentino, puesto que dos años después se encuentran ya aquejado de la enfermedad mental. En estas reflexiones, realizadas al hilo de otras aportaciones ateneísticas de las que el autor se hace eco, Canalejas hace una amplio recorrido por la historia de la estética y del pensamiento religioso desde la antigüedad clásica; se detiene a tratar las teorías del arte por el arte y considera que el arte hispánico tiene como rasgo fundamental su carácter religioso, recordando al efecto las creaciones medievales y la poesía del Siglo de Oro, en la que se encuentran también los autos sacramentales. He aquí el fragmento:
“[p. 189] Desde los días de los Reyes Católicos, después de Granada y de Colón, pero muy seguramente después del gran Emperador [Carlos V], España se creyó llamada a la dominación y señorío del mundo, y la soberbia castellana subió a punto que no ha tenido igual entre las mayores soberbias de la historia. Se unió por tradiciones muy vivas, por hechos memorables, por razones políticas y por nuestros intereses en Italia y Alemania, la vida nacional a la política y a los propósitos de la Iglesia romana, y cuando luteranos y calvinistas, reyes y pueblos rompieron con el Papa, España tomó la cruz, como en los días de Pedro el Ermitaño, se declaró soldado del Pontificado, y fueron los españoles los soldados, los apóstoles y los doctores del catolicismo, peleando en Italia, Francia y Alemania, descubriendo razas e imperios, y enseñando por boca de nuestros místicos camino recto y seguro para llegar al bienaventurado conocimiento de lo divino.
La exaltación patriótica y religiosa de nuestros mayores, confundiendo en deslumbradora haz, patria y religión, glorias de la Iglesia y de España, del catolicismo y del imperio español, fue vehementísima y heroica. Y como enardecía a una y otra clase, y pe[p. 190]leaban plumas y espadas, y se discutía en las aulas y en los campos de batalla; el arte religioso aparece con los mismos caracteres con que se anuncia en las leyendas monásticas de los primeros siglos de la Edad Media. Ahora, como entonces, contradecía y negaba al siglo, al espíritu procaz y temerario de los hombres; y ahora, como entonces, pugnaba el arte religioso por grabar de una manera indeleble en el alma de los oyentes las enseñanzas y doctrinas de la Iglesia, y español y soberbio, creyó asegurar de modo perdurable el imperio del catolicismo, y celebró el triunfo con magníficas glorificaciones.
Docente, y nada más que docente, debía ser el arte religioso español en el siglo XVI, originándose en tales circunstancias, y didáctico, en toda la energía de la palabra, es el arte calderoniano, que con razón se dice que resume todo el arte español. No busquéis lirismo religioso ni cantos épico-religiosos en el gran siglo de nuestra literatura. Ráfagas de lirismo vehementísimo se ven en los poetas místicos, pero la ortodoxia histórica abrumaba al lirismo con pesadumbre indecible, y en cuanto a las formas épicas, ni Virués, ni Valdivielso, ni Lope, pudieron romper el estrecho círculo de la devoción histórico-patriótica, que celebra el primero en el Monserrate, ni de la polémica religiosa Lope en su Corona trágica, ni Hojeda, de mayor aliento y mejor inspiración, alcanzó a más que escribir el primero de los poemas españoles de asuntos religiosos, pero falto de grandeza en la concepción [p. 191] y de la vehemencia del estro que reclamaba el asunto elegido.
Pero si en las altas formas artísticas, y aun en las que pertenecen a la lírica popular, la poesía religiosa española no ofrece modelos ni glorias, con ventaja se resarce en la dramática, considerada en la variedad de formas, que se extienden desde el auto sacramental a la sacra tragedia del Condenado por desconfiado.
Los autos sacramentales y las comedias de Santos son las más granadas manifestaciones del arte cristiano histórico de la edad moderna. El arte, sin embargo, es docente, expositivo, polémico. Sirviéndose del símbolo y de la alegoría, endoctrina, enseña, elogia y alaba las doctrinas católicas, desconocidas o impugnadas por los luteranos, y proclama y enumera la grandeza, superioridad y triunfo de la ortodoxia católica sobre las religiones pasadas y sobre las enseñanzas de los reformistas franceses y alemanes, a la vez que enseña al pueblo los misterios de la gracia y las bondades y amores infinitos hacia el pecador, que se esconden en la doctrina del Mesías y en la misericordia divina”.
APÉNDICE
Unas octavas de La Cristiada, de fray Diego de Hojeda
Como complemento de las ideas expresada por Canalejas en el fragmento anterior y puesto que considera a Hojeda “de mayor aliento y mejor inspiración” que los otros poetas mencionados, recordamos algunos datos de este poeta, no muy conocido en la actualidad, al mismo tiempo que editamos unas octavas complementarias de su obra más importante La Cristiada, publicada en Sevilla, en 1611. Esta obra del dominico sevillano fray Diego de Hojeda resulta una aportación interesante en la línea del poema épico en verso, inspirado en Tasso, con un tema religioso específico, y suele considerarse la más relevante de las obras que se escribieron en metro tomando como base la pasión y muerte de Cristo.
Se basa Hojeda en los textos evangélicos fundamentales y también en los apócrifos, pero tiene además en cuenta otras creaciones más recientes en la misma línea de poesía épica culta, como la Redención Universal, de Hernández Blasco y diversas obras religiosas de los también dominicos Alonso de Cabrera y Luis de Granada. Especialmente influyente en el fragmento que incluimos a continuación es la aportación de fray Luis, que da entrada a un tema religioso popular, ajeno a los textos propiamente evangélicos, como es el llanto de la Virgen ante la cruz y el descendimiento, lo que da origen a una de las formas iconográficas más populares de la Semana Santa, la Virgen con su Hijo muerto en brazos, figuración a la que se suele llamar habitualmente "La Piedad".
El autor se aparta, como se ha indicado, de los textos evangélicos fundamentales, que no dicen nada respecto a lo que luego será una amplia tradición. Pero la imaginación piadosa popular no podía dejar pasar por alto un tema tan trágico y Diego de Hojeda, que no se muestra remiso a incluir estas leyendas piadosas en su obra, la retoma y recrea. En la misma línea recoge este escritor la tradición que identifica el lugar donde se emplazó (13) la cruz de Cristo con el mismo en el que Isaac iba a ser sacrificado; también se recuerda que en el mismo sitio del sacrificio se encuentra enterrado Adán; de este hecho, de la calavera de Adán, procede el nombre de monte Gólgota, el Calvario, que viene a significar "Monte del cráneo o de la calavera".
Con todo, si tuviéramos que señalar alguna fuente remota canónica, habría que pensar en textos similares al de San Juan, XIX, 25, en el que se indica que había varias mujeres, y entre ellas la Virgen, al pie de la Cruz. Pero sería la tradición clerical la creadora del himno Stabat Mater, dedicado al llanto de la Virgen y relacionado con los siete dolores de María, tema de tan amplia documentación en la literatura española, tanto en el medievo como en el barroco. De todo ello hemos dado somera cuenta en otro lugar.
El texto que editamos en esta ocasión procede del libro duodécimo y último del gran poema de fray Diego de Hojeda (14) , y se refiere al momento del descendimiento, aunque omitimos la lamentación de la Virgen, que sigue a continuación, con la que se cierra prácticamente el largo poema. Hemos actualizado en él la grafía y la puntuación, en tanto que anotamos sólo algunas palabras que quizás ofrezcan cierta dificultad para un lector no familiarizado con los textos barrocos.
Al fin siendo ya tarde, un caballero,
Josef llamado, que al Señor seguía,
a Pilato con ánimo sincero
entró y con singular y alta osadía,
y el cuerpo del mansísimo Cordero
que, muerto, el mundo como Dios regía,
le pidió. Y preguntando si era muerto,
lo concedió, sabiéndolo de cierto.
Fue Josef con aquesto al gran Calvario,
donde halló a la Virgen Soberana
y a sus devotos junto al relicario
que encierra al mismo Dios en carne humana.
Llegó y apercibió lo necesario,
ya con ternura y caridad cristiana,
cuando vino el gravísimo maestro
en ciencia claro, en enseñarle diestro.
Nicodemus, que cien libras preciosas
de mirra y áloes trajo consigo,
y adorando primero las piadosas
llagas del buen Señor y dulce amigo,
con pecho humilde y manos religiosas,
y tierno llanto, de su amor testigo,
de la cruz alta a Cristo decendieron
y en lugar conveniente le pusieron.
La Madre, que vio cerca al Hijo amado,
con lágrimas, con vista y con razones
pidió que antes de verlo sepultado
le dejasen gozar de sus pasiones.
Gozo con llanto y con dolor mezclado,
pero debido a tristes corazones,
que más se quietan cuando más se cansan
y su mismo dolor creciendo amansan.
Los dos varones dársele temían,
y también de quitársele dudaban:
su vehemente pena conocían
y por no la aumentar no se le daban.
Y la razón por otra parte vían
de más dolor, si al fin se le quitaban.
Venció, pues, la razón, como era justo,
y este le concedieron triste gusto.
Y ya en su virginal regazo puesto,
comenzó a remirar el cuerpo santo
con ojos graves y ánimo compuesto,
pero con digno y valeroso espanto.
Y el bello contempló rostro modesto
con tanta ofensa y con desprecio tanto
herido, y parecía que en su cara
se transfundía aquella ofensa rara.
Y viendo la corona, sus espinas
le iban el corazón atravesando,
y aquellas luces (15) , de respeto dinas,
le abrasaban su injuria contemplando.
Los corales y perlas (16) peregrinas
de boca y labios, su beldad notando
antigua y ya su pálida tristeza,
también le marchitaban su belleza.
Consideraba aquellos lindos brazos,
y allí se le ahogaba el alma entre ellos,
si bien le fueron siempre amigos lazos,
prisiones dulces y collares bellos.
Ceñíalos con tiernos mil abrazos;
mas el retorno le faltaba (17) en ellos.
Y esta visible mortandad penosa
la eleva sangre y alma y faz hermosa.
A las manos llegaba, y con sus manos
tocaba las heridas blandamente,
y sin sentir los hierros inhumanos,
otro dolor sentía vehemente.
Miraba aquellos miembros soberanos
del cuerpo, más que el sol resplandeciente,
y le quedaban los distintos (18) huesos
y azotes crudos en el alma impresos.
Vino al fin a la llaga del costado,
a la preciosa llaga descubierta,
para mirar el corazón sagrado
como por ancha y venerable puerta.
Viólo y dejólo en lágrimas bañado,
y otra llaga en el suyo vido abierta;
llaga espiritual y llaga viva,
de la llaga del muerto compasiva.
ERIKA TRUJILLO
ANGIE TERAN
10-01JM
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